lunes, 16 de julio de 2012

Sobre la nobleza del corazón


Comentario al mensaje de Mons. Oscar  Ojea

en el que se refiere a Mons. Fernando Bargalló

Primera Parte


Quien confunde enfermedad con salud, no puede curar

Lea la segunda parte AQUÍ, y la tercera AQUÍ


Como prometimos al presentar el mensaje de Mons. Oscar Ojea, hacemos aquí el primero de tres comentarios al respecto:

Cuando los cristianos hablamos del Corazón no nos estamos refiriendo simplemente a una víscera de cuya actividad depende la circulación sanguínea y, por lo mismo, la vida. Mencionamos al asiento de nuestras emociones, y sede del amor.
De ahí que la sabiduría popular llame "hombre sin corazón o con corazón de piedra" a quien es desalmado y cruel. De ahí también que la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús sea, como ya dijimos aquí, la fiesta del amor Divino humano del Señor.

En la medida en que nuestro corazón se vaya asemejando al de Cristo, será verdaderamente noble; pues como dice Santa Gertrudis: "Es en este Corazón, donde se ennoblecen y se tornan gratas al Padre las alabanzas y acciones de gracias que a Dios damos, y todas cuantas buenas obras hacemos".

Mons. Oscar Ojea elogia "la nobleza de corazón" de Mons. Fernando María Bargalló. ¿Cómo puede hacerlo sin sembrar confusión entre los fieles escandalizados, ni ofender al Señor que ha sido aquí el principal ofendido?

Noble en cualquier línea, es el excelente o aventajado en ella; es alguien singular o particular en su especie, o que aventaja a los demás individuos de ella.
Nobleza es lo opuesto a deshonra y a vileza. Y, lamentablemente, Mons. Fernando María Bargalló ha deshonrado su investidura sacerdotal, se ha deshonrado a sí mismo y a la Iglesia, cometiendo, y lo decimos con dolor, traición.

Cuando le oímos a Mons. Ojea llamar nobleza a la traición y noble al traidor, nos preguntamos: ¿cómo podrá ayudar a sanar al herido el que lo cree sano? ¿Cómo podrá prevenir el contagio el que llama salud a la enfermedad?

Para que el corazón de un pecador, más si es público, recupere su nobleza perdida, alguien tiene que guiarlo a través del arrepentimiento, de la penitencia y de la reparación, siendo esto último, la reparación del escándalo cometido, el primer acto que debieron tanto exigirle como ayudarle a realizar, y del que hablaremos en un próximo post.

La carta de Mons. Ojea bordea peligrosamente lo que el Señor condena por boca de Isaías: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que dan la oscuridad por luz y luz por oscuridad, que dan lo amargo por dulce y dulce por amargo! ¡Ay los sabios a sus propios ojos y para sí mismos discretos”(Isaías 5, 20). ¿Se ha comportado el ex Obispo de Merlo como noble a los ojos de Dios?

Lo que conviene recordarles aquí, tanto a éste último como a los fieles escandalizados, es lo que dice el Señor por el profeta Ezequiel: “Cuando el justo se aparta de su justicia para cometer injusticia, muere por ello” (Ezequiel 33, 18). Y conviene para incitar a la conversión y a la adecuada penitencia al implicado.
El mismo Ezequiel nos avisa en el versículo siguiente, que el único remedio para la desviación cometida es hacer presente al pecador que debe convertirse: “cuando el malvado se aparta de su maldad y observa el derecho y la justicia, vive por ello”.

Dios no hace acepción de personas, pero la carta de Mons. Ojea bordea la acepción, cuando parece querer cubrir la traición invocando la nobleza de corazón; lo cual lo haría merecedor del siguiente reproche por hacer lo contrario que el Señor: “Vosotros decís: no es justo el proceder del Señor” (Ezequiel 33, 20).
Pues Dios nos dice en el mismo versículo antes citado “Yo os juzgaré a cada uno según su proceder”; porque "el Señor no hace acepción de personas sino que juzga a cada cual por su conducta" (Romanos 2, 11).

Hubiéramos deseado que Mons. Oscar Ojea nos hubiese recordado a todos lo que dijo San Pedro, caído y arrepentido, en los siguientes términos:
  • “Si llamáis Padre a quien sin acepción de personas, juzga a cada cual según su conducta, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro” (1ª Pedro 1, 17), no sea que os pase lo que le pasó a nuestro hermano en el episcopado. Porque como también dice la Escritura: “El que está de pie, mire que no caiga” (1ª Corintios 10,12).
Cuando el hermano ofende al Padre corresponde corregirlo (Mateo 18, 15-17).  Tampoco en esto ha abolido Cristo la Ley y los profetas: “Cuando el justo se desvíe de su justicia para cometer injusticia, yo pondré un obstáculo ante él y morirá; morirá por su pecado y por no habérselo advertido tú, y no se recordará la justicia que había practicado, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por contrario amonestas al justo para que no peque, y él no peca, vivirá por haber sido amonestado, y tú habrás salvado tu vida” (Ezequiel 3, 20-23).

Con estas breves notas, creemos cumplir el mandado arriba indicado evitando ser responsables ante Dios por la ruina que, a raíz de su silencio, parecen merecer nuestros Pastores. ¡Qué Él tenga misericordia de todos nosotros!

Continuaremos en un próximo post titulado: Sobre el escándalo y su reparación.



2 comentarios:

Nestor dijo...

LA TRAICION DE UN AMIGO DUELE,LASTIMA.PERO LA UN PASTOR AVERGUENZA,Y NOS HACE DUDAR DE QUIENES LOS APAÑAN Y EXALTAN :BERGOGLIO,CASARETTO,LAGUNA,ROMANIN,MACCARRONE.

Pedro Rizo dijo...

Inicio la lectura muy tarde pero ya sólo por esta primera parte me anticipo a felicitar al autor y agradecer a Página Católica por su orientación respecto a una Iglesia desnortada y envilecida, tanto por los malos aprovechados como por los tontos (?) y torpes (?) Ojeas que tanto abundan. Cada vez me hago más fiel a PC.